Revelo que hubiera querido ser economista. La columna no puede ser considerada una defensa a ultranza y sin sentido de la desacreditada labor del abogado, profesional al que se culpa de casi todos los males del país. No pretende ser un manifiesto que reivindique su casi generalizada mala imagen. Tampoco es un escarnio a algún analista económico, ni al César y mucho menos a Pompeya, su mujer, quien pasó a la posteridad por la célebre frase que sentenció el emperador: La mujer del César no solo debe serlo, sino parecerlo.
Confieso que pocas veces he notado que procuren el bien común aquellos que aparentan la intención de buscarlo, como lo intentan muchos actores de la economía y políticos de profesión, con credenciales o sin ellas para hacerlo. Por ello, equivocado o no, considero que debo sumarme a la tarea de estimular a aquellos que afirman tener las fórmulas económicas que benefician a la sociedad y, a la vez, incitar a la ciudanía a obtener las respuestas verdaderas.
Entrando en materia, y anteponiendo un escudo para evitar acusaciones, cito a Paúl Bruckner, cuando dijo: “¡Duro oficio el de economista! Más que ningún otro debería estar obligado a la carga de la prueba. Comprobables casi hasta las comas, sus predicciones no son más fiables que las meteorológicas o las del horóscopo. Y, sin embargo, sobre ellas se construyen políticas enteras. ¡Pocas profesiones acumulan un índice tan alto de fallos de errores impunes!”. No lo digo yo, discútanlo con Bruckner, quien pareciera adelantarse en el tiempo y referirse a países de la región. Coincido en que, cuando los Gobiernos se equivocan de la mano de los denominados “gurús económicos” como los denomina Joaquín Estefanía, arrastran poblaciones. De allí la importancia de exigir coherencia y transparencia en el análisis y así no dejar a la economía en situación de monopolio ni de árbitro de todos los conflictos.
Estefanía, en La cara oculta de la prosperidad, libro que aborda también el tema de la desigualdad, aquella que no enseñan en las escuelas de negocios, expresa que no debemos permitir que se nos venda la economía como algo esotérico. El español recomienda secularizar la economía, otorgarle un perímetro propio y acercarnos a la ciencia económica, para que entendamos mejor el mundo en el que vivimos. El escenario planteado y diría que ideal, es que todos conozcamos a quién beneficia y a quién perjudica cada decisión económica que afecta un país. Sostiene, de manera -creo yo que- inteligente, que para que las verdaderas ideas se conviertan en fuerzas históricas que influyan decisivamente, se deben simplificar hasta que las entienda un niño. Argumenta que la economía no es una ciencia popular y, más aún, se queja de que a veces el lenguaje de los expertos económicos es más oscuro que la ciencia económica en sí misma, por lo que se la vende como una disciplina fría y lejana. Esa oscuridad impide al resto de ciudadanos, hacerse la pregunta básica de cualquier opción económica: ¿cui prodest? Esto es, a quién realmente beneficia y a quién verdaderamente perjudica dicha opción. Finalmente, se hace énfasis en democratizar la economía para que pierda su carácter “sagrado” y convertirla en algo de todos, para que pase de “religión de élite” al de culto particular, de modo que no nos convierta en una especie de hámsteres que corren sin parar alrededor de su rueda.
Aterrizando en Ecuador, hace pocos días nuestros analistas económicos pudieron lucirse -cada lector sacará sus conclusiones y “juzgará” si lo hicieron o no según su leal saber y entender-, ya que se publicó en el Registro Oficial una nueva ley en materia económica. La pregunta es: ¿analistas compartieron en castellano diáfano con la ciudanía en general el cui prodest? Es un tema de imagen y reputación del analista económico, quien debe advertir con meridiana claridad a la ciudadanía el impacto real que tendrán tales medidas, sin importar el gobierno que las impulse. Allí radica la importancia de analistas económicos impolutos, que hablen del tema económico en castellano diáfano y que no sean comisarios del poder de turno, en palabras de autores citados.
Al país hay que decirle la verdadera intención de los distintos gobiernos sobre las propuestas en materia económica, sean estos de “derecha”, “centro” o “izquierda”, si es que todavía existen tales posiciones, porque se afirma que ya no hay ideas puras, y coincido en que han devenido en un mestizaje ideológico y práctico, tema que desarrollaremos en una próxima publicación. Otra cosa muy distinta, es la situación en la que un nuevo gobierno encuentra al país, por lo que está obligado a tomar medidas para intentar equilibrar el hueco fiscal que heredó de las administraciones anteriores, pero eso es harina de otro costal; tema que, tal cual radiografía, debe informarse a la ciudadanía en las primeras semanas de gestión, lo que servirá para justificar su estrategia y hoja de ruta. Todo proyecto, público o privado, requiere de un diagnóstico integral sobre el estado en el que encuentra las cosas, para así pulir y delimitar su plan de acción. Tratándose del ejercicio del poder político, creo que comunicar es la única forma de gobernar y no generar sorpresas ni reacciones adversas, más allá del vergonzoso espectáculo mediático de una oposición que ataca y no propone.
En fin, Bruckner y Estefanía, nos recuerdan a quienes sostienen que todo poder es una conspiración. Nos dejan claro que los que tienen el poder de hacerlo, deben democratizar la economía, transparentando la realidad de cada política económica que llegue a proponerse, debatirse o aprobarse, para que el resto de los ciudadanos no sean considerados de menor nivel en relación con otros.
Se dice que el respeto y admiración es algo que se conquista con esfuerzo y sacrificio. Un ser humano de bien, cualquiera sea su profesión u oficio, debe tener una imagen impoluta y estar por encima de toda sospecha, lección que justa o injustamente nos dejó a todos la antigua Roma: ¡ser y parecer! (O)