Eduardo Galeano en su libro “Patas Arriba, la escuela del mundo al revés”, nos recuerda que “ya la gente no respeta nada. Antes, poníamos en un pedestal la virtud, el honor y la ley”. Muy a su estilo, el autor habla de la coherencia a la que me he referido en columnas anteriores cuando he llamado a la reflexión y solicitado a las autoridades académicas o no, que practiquen lo que predican. Él habla de educar con el ejemplo.
Galeano nos hace ver que la escuela del mundo al revés “es la más democrática de las instituciones educativas, no exige examen de admisión, no cobra matrícula, gratuitamente dicta cursos, a todos y en todas partes”; aquí todo es posible, el plomo puede flotar y el corcho se hunde. El modelo de éxito que se pone de ejemplo, es aquel en que también se premia al revés: desprecia la honestidad, castiga el trabajo y recompensa la falta de escrúpulos. Por ello, hacemos un llamado a las autoridades académicas, quienes deben dar feroz batalla para que no se imponga el modelo de “educación patas arriba”.
En La idea de una universidad I, decíamos que, con excepción de las universidades norteamericanas, las más afamadas fueron fundadas por la Iglesia en la Edad Media. Somos conscientes que un tema como el que nos ocupa merece un análisis integral, esto es, alejado de toda creencia e ideología, lo que no impide, recurrir a fuentes que han sido referentes para nuestra sociedad, quienes abordaron el tema con total solvencia y objetividad, olvidando su postura religiosa o ideológica.
Con este antecedente, quiero recordar mensajes a la comunidad de un hombre adelantado a nuestros tiempos, como lo fue Monseñor Luis Alberto Luna Tobar, quien nos dejó un legado indiscutible con frases como la siguiente: “La universidad es considerada por toda sociedad como el centro energético de promoción de valores que hacen la transformación social”. En la situación que vive el país, con la mayor crisis moral de su historia, en la que existen universidades aparentemente desconectadas de la realidad social y, por ende, del honor, la virtud y la observancia a la ley a la que deben someterse sus estudiantes, colaboradores y, con más razón, sus mismos promotores y fundadores, deberían ponerse letreros con frases como la citada al ingreso de cada institución de educación superior, así como junto a la puerta de oficinas de sus rectores y vicerrectores, para que puedan recordarla cada mañana, al ingresar a sus labores diarias. Deberían conmemorar que la educación es un ejercicio para toda la vida y enterarse, de una vez por todas, que las universidades no son reductos infranqueables y que responderán ante la historia por sus acciones y omisiones.
Luna Tobar sentenció frases como aquella que dice que “los estudiantes llegan a la universidad, pero la universidad no llega a ellos”. Afirmó que “hay avezados del medio intelectual que aseguran que el mayor problema del estudiantado en su adecuación a las exigencias universitarias está en la deficitaria formación previa”. Nada ha cambiado al respecto.
Hoy, que vivimos Patas Arriba, debemos recordar las palabras de Luna Tobar sobre el rol de la universidad en la transformación de la sociedad y tener presente a aquellos avezados “educadores” que evaden la responsabilidad de llegar a sus estudiantes. Esto último, de forma más categórica, lo afirmó también el premio Nobel de Literatura, José Saramago, cuando dijo que “cuesta trabajo entender por qué en la enseñanza de hoy, de un lado y de otro, del lado de quien aprende pero sobre todo del que enseña, no está cumpliendo lo que debe concebirse como la misión fundamental de la educación superior: formar personas. Más que formar abogados, ingenieros o economistas, la gran tarea debería ser formar personas, es decir, formar ciudadanos”. Concluye diciendo que “Las instituciones se llenan de estudiantes que están ahí para aprender, pero las instituciones no tienen las condiciones para enseñar”. Coincidiendo con el Nobel de Literatura, considero que hay que volcar una mirada crítica al sistema de educación superior del país.